domingo, 27 de septiembre de 2009

TITULO VA AL FINAL

Considero que por no haber necesidad, este comunicado no lleva un título, ni una dedicatoria, ni una dirección, porque para su destinatario y para quien se interese en leerlo, al final está claramente sobreentendido. El escrito dice así:

¿Sabes? Nunca pensé que podría llegar a tener el valor de dirigirme a vos y escribirte.

Pero estamos viviendo momentos únicos, especiales, y necesito sincerarme contigo.

Algo dentro de mí ha sucedido que me ha llevado a entender que siempre has estado presente, tanto dentro como fuera de mí.

Y aunque comprendo que ya lo sabes, hoy necesito reconocer que he sido injusto a veces luchando por algunas causas que luego descubrí, que eran erradas. Pero también sé que nunca pusiste tu atención en el golpe de mi espada, sino en la intención que guiaba mi mano. Y que no me juzgaste ni me condenaste.

Sin dudas, he sido un guerrero, y como tal, herí y fui herido, pero siempre actuando fiel a mi convicción. Causé dolor, y me lo causaron, porque así ha sido la condición de luchar.

Pero como guerrero desde siempre, llevo incorporado que las órdenes deben ser cumplidas, por insólitas que me parezcan.

Todo el tiempo tuve en claro que la misión era luchar, pero ahora siento que esta orden se ha vuelto aún más imperativa que las anteriores, que ahora es el momento de involucrarse más intensamente que nunca. Que no hay tiempo que perder porque la victoria está en riesgo.

Y la acepto con alegría y convencimiento porque no bien esgrimí ésa, la nueva arma con que fui equipado, los muros comenzaron a derrumbarse al simplemente enfrentarlos, antes de que yo llegara a hacer contacto físico con ellos.

Al principio, confieso que al saber de este nuevo armamento no entendía bien su eficacia, sus mecanismos ni sus efectos colaterales, y por las dudas, aún conservaba conmigo mi vieja espada. Hasta que se me hizo la luz en la mente porque se mostraron ante mí, tantos resultados sorprendentes que me hicieron ver lo inútil y obsoleto que representaban las viejas formas de luchar, las viejas estrategias, las viejas armas, los viejos miedos.

Sí, sabes sin duda que también los que luchamos sentimos miedo, pero un guerrero no se detiene a medir los miedos ni los riesgos, sencillamente pasa por encima de ellos, y avanza. Eso es lo que diferencia a un simple luchador de un guerrero.

Hoy entendí que si bien no es sencillo, debo urgentemente obtener la maestría en este nuevo armamento, que se demuestra invencible, que tiene inteligencia propia, que si bien es autodirigido, también puede serlo a control remoto; que tiene tal potencia que transforma en plasma lo que alcanza, que no falla y no se puede eludir, que no hay corazas contra él, ni señuelos defensivos ni contramedidas electrónicas.

Y con esa nueva arma te pido que me permitas ayudar a los que son mis compañeros, y con ella ansío hacer impacto en pleno corazón de todos los que se enfrenten a mí como enemigos.

Sabes que no me voy a quedar sentado ni escondido mientras se oye el fragor de la batalla, que entiendo que cada segundo importa en el balance de la victoria.

Y que ya me estoy convenciendo de que es más conveniente que yo me subordine a esta nueva táctica, para lograr aún ser más preciso en dar en el blanco, ya que el sistema de puntería, la ingeniería y su eficacia están en función de sus propios parámetros.

Soy un soldado, y haciendo honor a mi rango, tengo la obligación de purificarme y entrenarme eliminando mis debilidades, mis vicios de conducta, y bien sé que debo ejercitarme para ser cada día un mejor guerrero.

Y con todo respeto, hoy me parece sentir que estoy vislumbrando tus planes de batalla, tus objetivos, tus metas.

Gracias por considerarme hoy responsable como para portar esta nueva arma y por confiarme esta misión. Gracias, Padre mío. Gracias por este nuevo y formidable equipamiento: el Amor.

Parte de guerra de un soldado de tus tropas de tierra.

Emilio (26 – 09 - 2009)

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