sábado, 13 de febrero de 2010

LA MALDICIÓN

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Este artículo va dirigido a todos aquellos que tienen la imperiosa necesidad de divulgar el conocimiento espiritual y la verdad universal a costa de su propia individualidad, economía o familia.

Los que están leyendo esto ahora mismo, se reconocerán. Aunque vuestro consciente haya olvidado todo lo que voy a contar, vuestro inconsciente lo recordará como suyo y gritara: ¡Yo era uno de ellos!

En mi sueño, me he encontrado en un tiempo antiguo con todos vosotros. Se había citado en reunión a todos los caballeros de la Orden del Temple en un gran castillo. La orden hacía tiempo estaba asediada y perseguida tanto por la iglesia como por la corona, todos los cabecillas habían sido torturados y asesinados tras la acusación de herejía. La financiación económica que aseguraba la subsistencia de los caballeros hacía años que no llegaba. Sólo un recurso económico se mantenía intacto, el cual los caballeros conservaban, bajo su buen uso, cogiendo lo imprescindible para seguir realizando su labor humanitaria.

Me refiero al Arca de la Alianza, esos pequeños textos conservados desde Akhenaton, para alquimizar y fabricar oro. Cuatro palabras, escritas en egipcio, fueron las culpables de la destrucción de la Orden. El poder que se poseía trasmutando oro fue lo suficientemente importante como para que el Rey Felipe de Francia, junto con el Papa Clemente ordenaran la persecución y destrucción de los templarios.

Todos ambicionaban esos escritos, pero sólo los caballeros sabían donde se encontraban y como utilizarlos. Ni las torturas, ni las matanzas, ni las persecuciones, consiguieron hacerles confesar el lugar de los mismos.

Sólo cuando era estrictamente necesario y cuando el bien de la humanidad estaba involucrado, cualquier soldado de la orden podía desplazarse al escondite, coger los textos y transmutar todo el oro que necesitasen.

No consiguieron coger a todos, la mayor parte de los templarios se camuflo bajo pobres atuendos para seguir realizando su misión.

Proteger al desfavorecido, ayudar al desvalido, dar conocimiento y cultura al pueblo mediante lo que hoy en día conocemos como docencia y sobre todo, avisar a la población para evacuarla previniendo así las muertes en desastres naturales como terremotos, inundaciones, erupciones y demás.

Nos habíamos reunido en un enorme castillo a las afueras de Francia para comentar la situación en la que nos encontrábamos.

El que más prestigio e influencia tenía sobre la orden, habló:

- Es el final -Dijo – Tenemos que disolvernos por completo, mezclarnos con la gente del pueblo y volvernos tan ignorantes como ellos. Nuestra ayuda, sin desvelar quiénes somos y sin la protección de la iglesia o el rey no tiene ninguna repercusión. Por más que intentamos ayudar a evacuar al pueblo antes de un terremoto no lo conseguimos. En el mejor de los casos nos tratan como a locos haciendo caso omiso de nuestras advertencias, y en el peor, nos denuncian a las autoridades con la acusación de brujería.

Sus palabras hicieron mella en la ya desmoralizada personalidad de la resistencia templaria. Concienciando los infructíferos resultados obtenidos en los últimos años y el riesgo tan grande por los mismos, todos en su decepción, decidieron abandonar. Volverse ganaderos, agricultores, granjeros y demás.

Elevaron sus espadas y en un acto de honorabilidad hacía el conocimiento, las rompieron por la mitad. Se quitaron un sello que los diferenciaba, el cual tenía acoplado una brújula y un detector de ondas sísmicas y lo hicieron pedazos. Sometidos así a la más profunda indefensión e ignorancia de la naturaleza, ellos también se verían expuestos a terremotos, erupciones y desastres naturales.

Se desperdigaron para no volver a verse nunca más y se fundieron en la más absoluta ignorancia de la masa.

Los espíritus evolucionados que compenetraban a esos templarios gritaban de dolor e impotencia.

Una marca quedo impresa en cada uno de aquellos templarios. Un sentimiento de no hacer lo suficiente por los demás, por sus semejantes, por la naturaleza y por el planeta, les perseguiría reencarnación tras reencarnación.

Un afán desmesurado e involuntario de divulgar el conocimiento, la sabiduría ancestral, la cosmogonía y la verdad serían sus compañeros en todas sus vidas.

Condenados y malditos cada uno en su soledad, nunca el destino les volvería a dar la oportunidad de juntarse para seguir consagrando su misión. A partir de eso momento, los Dioses comprendieron que la realización espiritual y el conocimiento se haría de forma individual.

Y así nos encontramos, cada uno en una esquina del planeta. Comunicándonos por Internet, teléfono o carta pero trabajando e intentando ayudar desde nuestra individualidad.

No creo que sea una maldición, como he titulado al artículo, sino una transición. Me imagino que el conocimiento no siempre se debe volcar en la misma forma hacía los demás, los grupos que conozco acaban por degenerar y confundir la verdad. Sólo los que trabajan ocultos, sin mover grandes masas y en silencio consiguen verter luz a la Humanidad.

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